viernes, 21 de octubre de 2011

"Niña Coleta Perversa"

Aquel sonido comenzó a llenar la pequeña habitación en penumbras, iluminada única y escasamente por la luz blanquecina de una luna que reinaba con absoluta plenitud. Primero el sonido fue intermitente, tímido en su comienzo pero que fue adquiriendo una mayor vigorosidad conforme transcurrían los minutos, hasta adquirir un ritmo constante, que cesó de una forma tan espontánea como había comenzado, dejando paso únicamente a la respiración agitada de dos seres que a su manera encontraron todo lo que la vida siempre les hizo sospechar que necesitaban, pero que nunca antes habían encontrado.
Ella miró a su compañero, pero al hacerlo descubrió a alguien distinto, tanto como ella misma. Acarició su cuerpo sudoroso, pasó sus manos por su espalda hasta su nuca en una larga caricia. Después bajó una de ellas lentamente por la espalda, mientras que la otra se encontraba con la de él, sus dedos juguetearon hasta quedar entrelazados. Ambos permanecieron en silencio, temiendo quizás que al pronunciar una palabra aquel momento se esfumaría con ellas. La mujer se recostó en el respaldo de la cama, y de una forma instintiva regresó con su mente a un pasado tan cercano pero que le parecía un abismo: regresó a ese instante de la noche en el que al fin se encontraría consigo misma, con esa mujer que siempre sospechó ser y que nunca se había atrevido a descubrir.

La noche había comenzado con una cena romántica, y al decir verdad, había superado todas las expectativas, teniendo en cuenta que esa noche había visto por primera vez a su acompañante. Una leve sonrisa afloró a sus labios al rememorar los primeros pensamientos que le vinieron a la mente cuando lo vio. Él era un poco, -no mucho- más joven que ella, y eso le hizo albergar aún mayores reservas. Pero después de los postres, y cuando arropados por la suave melodía de la orquesta se decidieron a bailar, ella supo que no se había equivocado con la cita. Algo en su interior le decía que la noche iba a prolongarse mucho más.
Después, una vez en la habitación, todo se había precipitado. Un relajante baño para dos, unas copas de champán y un primer beso apasionado fue el preludio de unos momentos de pasión en los que ambos recorrieron sus cuerpos, y se entregaron en un abrazo tan intenso como cálido.
Tras haberse amado, no como en las películas ni novelas rosa, sino como los mortales imperfectos que eran, con las limitaciones que da la realidad, ambos quedaron exhaustos. Sudorosos y felices. Ella se incorporó para sentarse en la cama, mientras que él permaneció tumbado entre sus piernas boca abajo y con la cara en sus muslos, que comenzó a besar de vez en cuando mientras que ella encendía un cigarrillo.
Pasaron los minutos y ella con la última calada le sonrió; él se incorporó un poco hasta que sus labios se unieron en un beso, después recostó su cabeza en los senos de aquella mujer a la que había comenzado a amar. Ella por su parte le acarició la cabeza. Sus movimientos eran lentos, como lentos eran también sus pensamientos. Sus manos recorrieron aquel cuerpo que latía junto al suyo. Subieron y bajaron por su espalda hasta que su mano izquierda permaneció inmóvil sobre sus nalgas, mientras que sus pensamientos también se detuvieron en algún lugar escondido de su mente. Respiró hondo mientras que su mano derecha acariciaba su cabeza, y sentía la respiración de aquel hombre en su pecho. Aún ahora es difícil para ella tomar conciencia de aquel acto, ya que parecía que su cuerpo, - o al menos parte de él – había decidido actuar por su cuenta, movido por algún mecanismo oculto de su mente. Lo que realmente importa es que durante unos segundos sintió amplificadas sus sensaciones, la piel bajo su mano, la firmeza de los glúteos que tocaba, y aquel extraño picor. ¿Fue el picor, o el sonido? Para ella fue como despertar, su mano se alzó y cayó pesada sobre las nalgas. Después el silencio, ambos permanecieron inmóviles, hasta que nuevamente aquel chasquido llenó toda la estancia. Tras unos segundos en los que ella le miró y en los que él no hizo más que besar el seno sobre el que descansaba su mejilla, llegaron más y más palmadas. Al principio eran suaves, pausadas y podría decirse que hasta cargadas de una gran timidez, pero con el transcurrir de los minutos, el flujo de azotes se hizo constante, rítmico y paulatinamente más y más enérgico.
Durante unos minutos que ninguno de los dos eran capaces de precisar, aquel movimiento se hizo dueño de todo. El sonido de los azotes eclipsó el latir agitado de sus corazones, y después el silencio. Tan violento como el ruido. Ella dejó su mano sobre el trasero castigado, y comenzó a sentir el calor que emanaba de la piel, que pese a no distinguirla por la oscuridad la sabía enrojecida.
Su mente voló a comienzo de todo, mientras que con su mano derecha acarició a su amante, quien comenzó a besar aquellos senos con pasión, mordisqueando los pezones, sintiendo la calidez de aquel pecho que latía junto a él, y notando cómo el calor que emanaba de sus nalgas inflamaban su sexo de una forma que nunca antes lo había hecho. En ese instante su piel se volvió mucho más sensible, y el peso y tacto de la mano de aquella mujer que le abrazaba se volvieron todo su universo.
Alzó la vista, ella le sonrió y después se besaron. Ella mordisqueo el labio inferior de él, de una forma delicada y sensual, después con suavidad hizo que recostara su cabeza de nuevo en su pecho, alzó su mano nuevamente dejándola caer con fuerza sobre el castigado trasero. Esta vez fue distinto: ella era totalmente conciente de lo que sucedía, y fue administrando más y más severidad a su movimiento. Comenzó a cambiar el ritmo de los azotes, primero una docena en una nalga, después en la otra. Unas series eran rápidas y otras en cambio lentas y pesadas. Alternaba los azotes con las caricias. En otras ocasiones administró azotes sumamente enérgicos en cada nalga hasta completar una serie de veinte.
Él, por el contrario, permanecía inmóvil, suspirando y arqueando la espalda, reaccionado a los cambios que ella iba imponiendo. Unas veces dejaba suaves besos, y otras cerraba los ojos y se concentraba para no emitir ningún quejido. Su cuerpo iba cambiando y su excitación fue en aumento hasta el extremo en el que estuvo apunto de eyacular debido a la fricción de su miembro contra el muslo de ella.
Al fin los azotes se detuvieron en el momento preciso para evitarlo, y ambos permanecieron en silencio, abrazados. Las sensaciones iban cambiando y el dolor que sentía en su trasero junto con la excitación que aquella azotaina le había producido, le elevó hasta un lugar en el que siempre quiso estar, pero que nunca había querido reconocer. Ella a su vez, se llenó de una extraña euforia, la erección de aquel hombre que se entregaba a sus caprichos la llenaban de una gran satisfacción. Era como ir desenvolviendo un hermoso paquete, que siempre quisiste abrir, pero que sin embargo mantuviste perfectamente envuelto, por un extraño temor, que pese a desear su contenido, una vez abierto te desilusionará estrepitosamente. Hoy, con cada uno de sus actos se iba despojando de todo el envoltorio, y se mostraba a sí misma como deseaba.
En ese instante aquellas dos personas estaban tan cerca en mente y alma, que por unos instantes nada a su alrededor existía. Sólo ellos en una pequeña habitación de hotel. Se volvieron a besar, se acariciaron y se sintieron. Ella le miró a los ojos. Se volvieron a besar. – ¡Quiero más!- le susurró ella al oído. Él la beso y asintió. Su entrega era total, y sabía que ella no le dañaría. Pese a no conocerla más que de esa noche, -aunque habían mantenido una larga relación por e-mail.- estaba dispuesto a depositar en aquella mujer toda su confianza.
Ella se movió, haciendo que él abandonará aquella posición. La mujer se sentó en el borde de la cama, y condujo a su amante en la oscuridad hasta que estuvo de pie a su lado. En ese instante, le acaricio su sexo, sus piernas y su pecho, mientras que él metía sus dedos entre su cabellera. Ella besó su vientre, - Gracias por confiar en mí y por entregarte como lo haces- Le susurró entre besos. – Ven.- y con suavidad le condujo hasta que lo hizo reclinarse en su regazo. Acarició su espalda y espero a que se relajara; pasó sus manos por las nalgas que aun conservaban el calor de los azotes anteriores. Pasó una pierna por encima de las de él, y entonces comenzó de nuevo a golpear aquel trasero que esperaba el castigo. Su mano cayó una y otra vez con fuerza, ya que esta vez le golpeaba con gran severidad. El hombre se movía y retorcía intentando evitar aquel castigo, tan doloroso como excitante. Sus movimientos eran tan bruscos que estuvo apunto de caerse de aquel regazo en más de una ocasión.
-¿Estás bien? –Preguntó ella mientras acariciaba aquellas nalgas enrojecidas y calientes. El asintió.- Si quieres solo tienes que decir la palabra mágica. -No. –Susurró él mientras que llevaba una mano atrás y comenzaba a frotarse el trasero. -Entonces sé bueno y no te muevas tanto, porque sino te caerás y tendré que castigarte de veras.
Él giro la cabeza para verla y sonrió abiertamente, ella por el contrario parecía seria, aunque le guiñó un ojo. Él le enseño la lengua en un acto jovial. -¿Qué has hecho? ¿Me has enseñado la lengua? -No. -¿No? te crees que no te he visto. -Le regaño ella en medio de una amplia sonrisa mientras que comenzaba a hacerle cosquillas en los costados.- Ambos estallaron en una prolongada risa, que como era de esperar acabó con él cayéndose de su regazo al suelo, y provocando que ella también acabara junto a él al intentar evitarlo. Los dos rodaron medio abrazados, y él comenzó a besarla. Estaba encima de ella, y entre risas y risas comenzaron a besarse. Tras unos minutos el rodó hasta quedar de espaldas junto a ella, sus manos se volvieron a unir, y tras mirarse las risas se reanudaron.
-¿Te parece bonito lo que has hecho? –Le recriminó ella tras quedarse sería. Él se acercó para besarla.- Tus besos no te librarán. Te has caído y encima me has tirado a mí.
Él intentó protestar, pero ella se lo impidió besándole en los labios. –Levántate y enciende la luz.- Sus instrucciones no dejaban lugar para la protesta. El se incorporó y en pocos segundos la luz de una gran lámpara que pendía del techo inundó toda la estancia. Ella miro a su compañero de pie en medio de sus piernas, con los brazos en jarra y una amplia sonrisa. Ella le sonrió mientras prestaba atención la erección que pese al castigo, -o debería decir “gracia”- mostraba. Ella estiro los brazos y él le sujeto de las manos mientras tiraba de ella. En pocos segundos la estaba abrazando y besando tiernamente.
Ella retrocedió hasta el borde de la cama, y después se dejó caer. Le dió la vuelta a su amante y por primera vez pudo contemplar su obra. El calor que había sentido al tocar las nalgas, descubrían ante unos ojos llenos de expectación, un color rojo intenso. Toda la superficie estaba colorada, y en algunos lugares tenía pequeñas manchas rojas mas intensas. Ella beso con delicadeza aquella carne dolorida, y sintió el calor en sus labios. La excitación aumento no solo en su sexo, sino en su mente. Estaba extasiada con aquella visión, con su tacto y sobre todo por saberse ella responsable. Se sintió agradecida de que él se entregará a ella.
Ambos se miraron. Él le volvió a sugerir que usara la palabra de seguridad, pero él solo dejo ver una amplia sonrisa y nuevamente la lengua apareció en un acto tan jovial como infantil. Los ojos de la mujer adquirieron un brillo especial. Tiró de él hasta que estuvo de nuevo sobre su regazo. Pasó la pierna sobre las suyas para inmovilizarlo más. Esperó. Esperó hasta que él se relajó. La mano derecha acariciaba su espalda y sus nalgas. Entonces se inclinó hacia delante y estiró la mano hasta alcanzar un cepillo de madera que usaba para peinarse. Después mientras que le recriminaba su acción al sacarle la lengua y tirarla al suelo, comenzó a azotarlo metódicamente.
La madera provocaba un sonido más opaco que su mano, y las sensaciones que él recibía en cada azote también eran muy distintas, y más porque ella lo hacía de forma lenta y enérgica, dejando el suficiente tiempo entre azotes para que él pudiera sentirlo. Tras lagos minutos, aquellas nalgas habían adquirido un color más intenso. Y las lágrimas pugnaban por aflorar en sus ojos. Algo en su interior le impulsó a pronunciar la palabra que detendría el juego en el acto, pero la enorme erección que tenía, y las oleadas de sensaciones encontradas que estaba recibiendo la ahogaron antes de que las pronunciaran. Ella llevaba un rato acariciándole. Le giró la cabeza para mirar a aquel hombre que estaba apunto de doblegarse, pero que aun se resistía. –¿Ves lo que le pasa a los chicos que sacan la lengua?- Le susurró. -¿Estás arrepentido?- Le preguntó con una sonrisa. El asintió. –Si es así, ¿por qué no me has pedido perdón, y porque no veo lágrimas? No me pareces arrepentido.
Estaban jugando, y ambos querían saber si podían ir un poco más allá. No sabían lo que el otro esperaba, pero se sentían en tan plena conexión, que ninguno quería abandonar. Quizás por eso a pesar del dolor que sentía en su trasero, sacó la lengua una vez más, a la vez que sonreía. –Hoy llorarás mi amor.- le susurró mientras le dedicaba una amplia sonrisa. Después se inclinó palpando el suelo con la mano hasta dar con lo que buscaba. Le miró durante un instante mientras levantaba la mano armada con una zapatilla de tela con la suela de goma negra muy flexible. El primer azote le hizo saltar literalmente sobre el regazo de ella. Intentó cubrirse con la mano.
Ella le sujetó la mano a su espalda, y le acercó la zapatilla a la cara. -¿La ves amor? Esta hará que entres en razón.- Él la contemplo durante unos instantes. Era beige con pequeñas franjas burdeos. La suela estaba gastada, pero no por ello picaba menos. Intentó decir algo, pero ella no le dio tiempo, comenzó una azotaina severa. Las nalgas saltaban de un lado para otro con cada azote. La severidad con la que le azotaba hizo que antes de la docena de azotes, él comenzará a sollozar y a pedir clemencia. Ella se detuvo y dejando la zapatilla sobre su espalda comenzó un suave masaje en las nalgas. Cualquiera hubiera perdido la ercción, pero él estaba en una nube de excitación. Las lágrimas constituían una enorme liberación, de años de espera, de ansias ocultas tan profundamente que estuvieron a punto de desvanecerse. Estaba recibiendo un castigo muy severo, pero también una liberación mucho más elevada que el dolor. Por eso cuando los azotes se reanudaron, dejó de resistirse, su cuerpo se relajó y el lloró a gusto mientras que la zapatilla golpeaba una y otra ves su ya enrojecido trasero.
Ella se detuvo. Dejo caer al suelo la zapatilla, y cogió un bote con crema hidratante que solía usar para las manos. Con suavidad comenzó a extenderla por las nalgas de aquel hombre que lloraba como un niño en su regazo. Pronto el llanto se volvió suspiro, y tras unos reconfortantes minutos, ambos estaban abrazados en la cama, besándose en cada centímetro de su piel.
-Bells.- Susurró él sensual.
-Dime-
-Te quiero muchísimo....
Isabella Swan se le iluminó el rostro con una amplia sonrisa. Él la besó y ambos se susurraron cientos de palabras mientras sus manos pugnaban por recorrer el cuerpo del otro. Se amaron durante largo rato, después quedaron exhaustos, sudorosos pero felices de haberse conocido primero en una sala de chat, y después en aquella inolvidable noche. El yacía boca abajo, cruzado en la cama. Ella recostó su cabeza en la espalda y posó suavemente una mano sobre aquellas nalgas sumamente doloridas.
Así les sobrevino el sueño. Ella sintiendo el calor de aquel trasero en su mano, y él la paz que había buscado durante años, sin saber donde hallarla. Hoy ambos se habían completado, formaban un todo sabiéndose poseedores de lo que el otro anhelaba. Así, juntos, soñaban con el mundo que acababan de describir, y deseando las experiencias que le deparaba aquel descubrimiento. Ambos estaban a las puertas de sus deseos y secretos, en aquella primera noche en la que todo su mundo se volvía a reescribir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario