lunes, 31 de octubre de 2011

Domando al Sr. Dragón

El joven ejecutivo Edward Cullen, estaba plantado delante de la puerta del despacho de la directora de su departamento, Isabella Swan, quien ella le había pasado a su oficina ordenándole que se presentara urgente ha su despacho.

Edward ahora esperaba nervioso después de haber golpeado dos veces la puerta y quien él se preguntaba por qué la urgencia jefa, ya que él llevaba poco tiempo en la empresa y sabía que estaba a prueba, por lo que le preocupaba haber hecho alguna tarea indebida para que su jefa lo mandara a llamar.

- Adelante – sonó una voz femenina, después de un largo y estudiado intervalo de tiempo.

-Permiso – dijo Edward al entrar al entrar a la oficina. – ¿Me ha mandado llamar? Señorita Swan.

-Sí, Cullen, pasa y siéntate-dijo Isabella, mientras ojeaba unos informes sin apenas levantar la
vista para mirarlo.

Isabella miraba atenta y con gesto serio los informes que tenia en su escritorio, mientras Edward se sentó frente a ella, intrigado por el motivo de su presencia allí.
Mientras Edward esperaba, observó a la directora con disimulo. Era una mujer de más o menos 30 años edad, pero su apariencia la hacia ver más madura. Tenía una larga y bien arreglada melena marrón y su rostro denotaba firmeza, un cutis bien cuidado y radiante ligeramente bronceado, posiblemente de las sesiones de rayos UVA que ofrecía la empresa en su gimnasio particular, donde los altos ejecutivos iban a cuidar su aspecto. Y a juzgar por su apariencia, ella era de las que lo utilizaba frecuentemente.

Llevaba un traje chaqueta a rayas finas y una camisa blanca impecable, rematando su atuendo con un broche pequeño sobre la solapa. De vez en cuando levantaba sus ojos para observarle, lo que hacía que Edward se sintiera incómodo, sin saber qué decir.

Al cabo de unos minutos que se le hicieron eternos a Edward, Isabella alzó la vista de los documentos y dejándolos sobre el escritorio, miró fijamente a Edward.

-¿Sabes señor Cullen por qué lo he mandado llamar?

-No, señorita -dijo Edward, casi balbuceando.

-Has confundido los papeles de la sucursal de Nueva York y les has enviado un informe erróneo a la central. Están muy disgustados, puesto que necesitaban esos informes sin falta para hoy. Por tu culpa posiblemente no puedan cerrar una operación muy importante que debía realizarse mañana sin falta ¿Qué tiene para decir al respecto?

-Oh, señorita Isabella...no sé. Estuve toda la noche terminando el informe, no sé qué puede haber sucedido. Tal vez mi secretaria lo ha traspapelado y...-

-Perdón, Señor Cullen – lo cortó en seco. – si hay algo que no soporto, es que un ejecutivo culpe su ineptitud a una secretaria. Ella no es la responsable de mandar ese informe correctamente, sino usted. usted señor cullen, es responsable de supervisar tu propio trabajo, no su secretaria ¿me entiende?-

-Sí, señorita Swan. Perdóme, tiene razón...yo...-

- Así que usted ahora mismo vas a ir a su despacho y enviara los documentos correctos, y... ¡hay de usted, si se han extraviado o están incompletos! porque eso le costará muy caro. Así que no pierda más su tiempo y vaya a cumplir con tu trabajo correctamente-

-Sí señorita Isabella, ahora mismo lo haré, no se preocupe, permiso-dijo Edward, levantándose se la silla y caminando rápidamente a la salida.

Edward salió a toda prisa de la oficina de su jefa y se dirigió a su despacho. Llamó a su secretaria y la obligó a revisar todos los papeles enviados, sin dejar de dar voces fuera de sí. No podía perder este trabajo, y menos por la incompetencia de sus ayudantes. Obligó a toda su sección a dar prioridad al informe y ni siquiera les permitió ir a comer hasta que lo terminaron. A media tarde el informe había partido por mensajero urgente y llegó a la Central antes de la hora de cierre.

Pero Edward no respiró aliviado, puesto que sabía que a pesar de haberlo enviado ha tiempo los papeles, la dirección no permitía esos despistes en un ejecutivo de su categoría. Así que cuando recibió la llamada de confirmación del envío, se derrumbó en su sillón y se quedó esperando, por si su Jefa lo llamaban de nuevo.

Edward estaba absorto en sus pensamientos cuando Irina, su secretaria entró al despacho y le dijo:

-Ha llamadó la directora Isabella Swan, quien verlo enseguida señor Cullen-

-sí, sí, ahora voy Irina-

-Ha dicho que vaya inmediatamente, señor...-

-Ya la he oído – dijo Edward molesto. – retírese Irina-

-esta bien, señor Cullen ¿desea algo más? Es la hora de marcharse ya-

-No, gracias, perdone mis modales, estoy un poco nervioso, puede ya retirarse Irina-

-no se preocupe, señor Cullen, hasta mañana-

-hasta mañana-dijo Edward, antes de levantarse de su escritorio y hacerse de valor para dirigirse al despacho de la su jefa.

Edward temía lo peor, después de todo lo que había sufrido para conseguir ese puesto, ahora sentía que estaba a punto de perderlo, si los malditos papeles no habían sido enviados correctamente.

Toc.toc...llamó Edward en la puerta de Isabella Swan, quien hizo que se pusiera más nervioso, ya que no había nadie en la oficina ya.

-Adelante-dijo Isabella.

Edward abrió la puerta y entró con precaución, casi con miedo. Isabella se encontraba sentada en su silla, mientras jugueteaba con una especie de fusta que tenia en sus manos.
Edward ignoro lo que su jefa tenia sus en sus manos y sólo fue a tomar asiento, pero Isabella le dirigió una mirada severa y él mejor optó por quedarse de pie delante su escritorio.

-La Central me ha llamado. Han recibido los informes, pero con 5 horas de retraso ¿entiende lo que eso significa eso Cullen?-

-Si...señorita – dijo Edward, mientras agachaba su cabeza, sintiéndose mareado y inquieto – lo lamento mucho. No volverá a suceder-

-Claro que no lo Sabes, Señor Cullen. Me han recomendado que te despida hoy mismo. Están muy disgustados usted ¿Tiene algo que objetar al respecto Señor Cullen?-

-No, señorita. Se que he sido negligente y acepto mi responsabilidad. Si lo desea presentaré mi carta de renuncia para evitar un despido que a nadie beneficiará-

-No tan deprisa, Señor Cullen. He dicho que me han recomendado despedirlo, no que vaya a hacerlo…al menos por ahora. No me gusta que me digan cómo dirigir mi oficina-

-Oh, gracias señorita Isabella, yo...-

-Silencio, no me interrumpa – le sentenció Isabella, mientras se levantaba de su escritorio y comenzaba a caminar alrededor de Edward.

-He dicho...por ahora. No tolero gente incompetente en mi oficina, Señor Cullen-

-Sí señorita, entiendo-

-Señor Cullen, usted es un buen ejecutivo, pero un poco irresponsable con las personas a su cargo. Si usted hubiera estado pendiente de las comunicaciones esto no habría sucedido. Debe esforzarse más y hacer que sus empleados cumplan con sus obligaciones-

-Pero, señorita Swan...usted me dijo que la culpa era mía y no debía culpar a los demás-

-Así es, Señor Cullen, y por eso va a conservar el empleo, porque ha reconocido su culpa a pesar de que evidentemente esta anomalía se ha debido a su secretaria, usted es quien debe responsabilizarse del buen funcionamiento de su departamento-

-Sí, señorita-

-No obstante, esta falta no puede quedar sin sanción. Una negligencia lleva aparejado un castigo. Y ya que usted no sabe reprender a sus empleados, tendré que ser yo la que se encargue de administrar el castigo correspondiente para que aprenda-

Isabella se giró sobre sus talones y se dirigió a su mesa, sentándose en su silla tapizada, mientras proseguía hablándole a Edward con voz profunda.

-Un buen ejecutivo debe saber imponerse, pero sin dar voces y amenazando a su personal y dejándolos sin comer para terminar lo que su negligencia ha provocado-
Edward se quedó con la boca abierta, por las palabras de su jefa.

¡mierda! ella lo sabe todo.

-¿Por qué me mira así señor Cullen? ¿cree que he llegado aquí sin saber lo que sucede a mi alrededor? bien, creo que le queda mucho por aprender y yo me encargaré de enseñarle. Tiene muchas cualidades, pero el orden y la disciplina no son dos de ellas, y aquí son necesarias para poder continuar en el cargo ¿entiende?-

-Si señorita Swan, lo que usted diga-dijo Edward, sintiendo su boca seca por los nervios.

-Antes de aprender a mandar, debe aprender a obedecer y aceptar sus errores-dijo Isabella, mientras le daba una mirada seria a Edward, pero que en su rostro se asomaba una mueca burlona – Así que empezaremos por pulir esos defectos que le impiden ser un ejecutivo respetable. Está de acuerdo, señor...como es su nombre de pila...?-

-Edward, señorita. Si, lo que usted mande. Haré lo que usted me pida-

-Ah si…Edward, que despiste el mío. Acérquese, por favor, póngase aquí a mi lado-dijo Isabella, mientras Edward le obedeció de inmediato, quien al llegar a su lado, el vio desde su altura el ligero escote de su jefa, quien le dejaba ver el inicio de sus pechos redondos y firmes.

Edward retiró su mirada bruscamente, cuando Isabella alzó sus ojos marrones, quien se encontraron con los de Edward, haciendo que él debiera su vista de ella de inmediato.

-Señor Cullen, yo soy una mujer justa, me gusta que mis empleados gocen de cierta libertad, pero no soporto las negligencias en el trabajo, Y éstas viene dadas normalmente por falta de atención, y entonces tengo que recordarles sus obligaciones de la mejor manera que escarmienten y sean más diligentes. Usted necesita una lección que le haga recapacitar y eso es justamente lo que voy a darle. Una lección que le sirva para que aproveche su talento-

- Sí, señorita ¿Qué desea que haga?-

- Quítese la chaqueta y bájese los pantalones Edward, es hora de que aprenda-
Edward abrió unos ojos como platos. preguntándose ¿Qué tipo de lección iba a darle? quien hizo que pusiera cara de incrédulo y casi susurra para si mismo.

-Perdone, señorita Swan ¿cómo ha dicho?-

-¿No me ha oído? ¿o quiere que se lo repita? Quítese la chaqueta y vuelva aquí inmediatamente-

-esta bien –dijo Edward, no atreviéndose a contradecirla. la presencia de Isabella swan era enérgica y no invitaba a Edward le llevara la contra.
Mientras Edward se quitaba la chaqueta y la acomodaba en la percha, su cabeza era un mar de confusión ¿Qué pretendía su jefa? ¿No pensaría castigarlo como lo hacía su maestra en el colegio? No, no, eso era impensable. Así que obedeció y volvió a su lado.

-Mire, Edward, yo estoy en este puesto porque he sabido imponerme a hombres y mujeres con mucha valía. Ejerzo mi autoridad como estimo oportuno, depende de la falta y de la persona que la comete – dijo Isabella, mientras miraba Edward, esperando que cumpliera su orden. Cómo él se quedó quieto de pie, sin decir nada y con cara de nene asustado, acercó sus manos a la cintura Edward y empezó a desabrocharle la correa, quien hizo que Edward diera un salto – usted necesita una mano femenina firme para que lo haga madurar de una vez-

-Sí, pero... esto... no sé qué tiene que ver con mi ropa, señorita Swan-dijo Edward entrando en pánico por sus manos en él.

-¿Todavía no ha adivinado el castigo que le corresponde por ser negligente Edward? Vamos, creí que lo entendería en el acto-dijo Isabella, mientras soltaba la hebilla del pantalon de Edward, comenzando a a desabrocharle sus pantalones.

-Yo..yo...¿no pensará castigarme como a un niño señorita? no creo que sea apropiado dado mi edad y...-

-Ssshhhh... señor Cullen, eso es exactamente lo que pienso hacer. Tiene falta de madurez. Y eso es porque nunca le han sabido imponer respeto ¿Nunca le han dado unos azotes en el culo Edward?-

-Nooo...esto...bueno..si, pero fue mi maestra, cuando iba al colegio, hace ya muchos años-

- Asíque supongo que eso fue ¿cuando no cumplía con sus tareas Señor Cullen?-

-a veces...era un poco rebelde...¡¿Que mierda hace?!-dijo Edward, mientras isabella bajó sus pantalones hasta las rodillas y se quedó contemplándole un instante satisfecha. No se había equivocado, su empleado merecía, es más, necesitaba una buena lección sobre sus rodillas.

-Vaya vaya...¿así que rebelde...eh? pobre maestra, lo que tuvo que pasar con usted, Señor Cullen-

-¿Pobre Ella? Si me dejaba sin sentarme dos días ¡joder!-

-Pues parece que no le dio lo bastante, porque sigue siendo rebelde. Pero no se preocupe, que eso lo voy a arreglar ahora mismo –dijo Isabella, mientras le bajo los calzoncillos a Edward, dejando al descubierto su miembro, quien el lo cubrió rápidamente con sus manos.

-No, eso no, por favor, señorita, eso no, compréndalo me da vergüenza-

-¿Ah si? ¿Y no le dio vergüenza no cumplir con su obligación verdad?-
Isabella alargó su mano y tomó de Edward, tirando de él hasta que lo tuvo más cerca. Y entonces, lo jaló la oreja y lo tendió sobre sus rodillas, mientras él protestaba he imploraba que le cambiara el castigo, que haría lo que mandara, pero que no lo castigara de ese modo.
Ella se limitó a tenderlo sobre sus rodillas, levantó su camisa hasta la mitad de su espalda y rodeó su cintura con su mano derecha, mientras con la izquierda se encaminaba a tirar de su calzoncillo para abajo. El soltó su mano como pudo y la sujetó para evitar que dejara su culo desnudo.

Luego se arrepintió de este acto, pues que isabella se enfadó y comenzó a descargar rápidos azotes con su mano sobre su desprevenido trasero. ...Smaks..... Smaks..... Smaks..... Smaks..... ...Smaks..... Smaks..... Smaks..... Smaks..... ...Smaks..... Smaks..... Smaks..... Smaks.....
-¿Prefiere que le despida? ¡conteste! porque si es así, ahora mismo le suelto y puede irse, no quiero perder el tiempo con hombre que se cree adulto y no es más que un crío perezoso-

-Noo, no me despida, por favor. pero...-

-No hay “peros” ¡baje la mano Ahora!-

Edward avergonzado bajó su mano y no contestó, mientras nuevamente oyó la voz de trueno de su jefa.

-Eso está mejor, señorito, y ahora quieto, si no quiere que sea más dura contigo-

Isabella lo acomodó mejor sobre sus piernas, agachó su cabeza y le bajó el calzoncillo hasta las rodillas, dejando su trasero completamente expuesto a su mirada. Un murmullo de aprobación salió de sus labios. Su joven ejecutivo tenía un trasero realmente lindo, como a ella le gustaba. Blanquito, suave, casi sin vello, para ella era un magnifico culo masculino. Lo palpó con unas palmaditas, estaba duro, las nalgas de Edward se apretaron por su tacto y ella apretó sus nalgas con fuerzas.

-Relaje el culo, Edward, no querrá que me haga daño mientras lo castigo ¿verdad?-

-No, no, señorita, solo es porque estoy muy nervioso...ya, ya lo relajo-

Dicho y hecho, los glúteos de Edward se soltaron, dejando su trasero dispuestos para la azotaina. Momento que aprovechó Isabella para reanudar su sesión de azotes.
...Smaks..... Smaks..... Smaks..... Smaks..... ...Smaks..... Smaks..... Smaks..... Smaks.....
-esto es lo que usted necesita, Edward- Smaks... Smaks... Smaks... Smaks...- una buena lección sobre las rodillas de una mujer-Smaks... Smaks... Smaks... Smaks... -que sepa darle lo que merece cuando es necesario-...Smaks... Smaks... Smaks... Smaks- esto le enseñará respeto y diligencia-...Smaks... Smaks... Smaks... Smaks...- y espero que entienda que es por su bien-Smaks... Smaks...Smaks...Smaks- unos buenos azotes en el culo, obligan a recapacitar y sirven de escarmiento para las malas acciones-Smaks...Smaks...Smaks... Smaks...Smaks... Smaks... Smaks... Smaks.

Edward avergonzado iba preocupándose cada vez más de los azotes y dejando de lado el pudor, pues Isabella no daba tregua a su adolorido trasero. Instantes después, observó con alivio que paró el correctivo y su jefa acariciaba su culo suavemente, pensó que había terminado su lección, pero pronto se dio cuenta de su error.

Giró su cabeza como pudo desde la posición indecorosa en la que se encontraba y vio como la Isabella buscaba con su mano en un cajón y sacaba una especie de paleta de madera con la que restregó por sus nalgas, como acomodándola a la superficie.

Después, lo miró con una mirada entre maliciosa y le dijo:

-Bien, Edward, ahora que se ha calmado y aceptado su castigo, es hora de que pruebe la paleta. Relájese y no proteste si no quiere que me enfade-

-Pero, señorita Isabella... -dijo Edward, lleno de temor al ver la paleta y darse cuenta que su culo ardía de dolor.

-Oh, mi pequeño Edward, esto no ha sido más que el principio-
Y sin decir más, Isabella alzó la paleta y comenzó a descargar más golpes sobre Edward, quien no pudo reprimir un gemido de dolor .

-Así...tome-SlapS...- esto rebajará su soberbia y le hará ser más dócil-SlapS...Slaps- Unos buenos paletazos en el trasero te servirán para aprender-Slaps...Slaps...
luego de un momento, la cadencia de golpes era menos intensa, pero no su impacto, que arrancaban quejidos de la boca del Edward y promesas de portarse bien y de haber aprendido la lección, rogando a la Isabella que parara de una vez. Como él no obtuvo resultado por parte de su jefa, Edward intentó zafarse, apoyando sus manos en el suelo, mientras empujó hacia arriba para librarse del abrazo de Isabella.

Isabella dejó la paleta sobre su espalda y le metió la mano entre las piernas, sujetando sus testículos, lo que hizo que frenara su escapada y tiró de ellos para tenderlo de nuevo en su regazo. Notaba la opresión en sus genitales y no quería hacer esfuerzos para no merecer una presión mayor

-No, no, no, eso ha estado muy mal Edward, y por ello le daré doce azotes más de los merecidos. Así aprenderá a no rebelarse – Isabella tomó la paleta de nuevo y sin remordimiento prosiguió golpeando el trasero de Edward. – Esto por rebelarse-SlapS... SlapS...- Nene desobediente-...SlapS...SlapS...- levante el culo ¡vamos Edward, levantalo!- SlapS...- no lo esconda o será peor-SlapS...SlapS...

-Auchhh. sí señorita Swan-dijo Edward con resignación, mientras le obedeció y se agazapó en el regazo de su jefa, abrasando sus piernas con una mano y con la otra rodeando el trasero de la severa Isabella Swan.

Ella no dijo nada, pero siguió con furia azotando el culo de Edward.

-Ha de aprender a respetarme- ...SlapS...- y no intentar poner fin a su merecido castigo a su antojo-SlapS...SlapS...- O sufrirá las consecuencias-SlapS...SlapS...SlapS...

-Sí, Sí, señorita Swan...Ayyy…Aauuu... lo lamento...no volverá a suceder...Aauchhhh-

-¿Ve lo que sucede cuando desobedece?- ...SlapS...SlapS...- no crea que me tiembla el pulso cuando se trata de educar a un hombre indisciplinado- ...SlapS...SlapS...SlapS...

Edward no volvió a protestar, temiendo que prolongara su castigo y procuró sentirse confortable dentro de lo extraño de la situación, abrazándose al cuerpo de Isabella, quien a el comenzaba a hacerle sentir una admiración total.
pero mientras recibía el resto de sus azotes, notó que una presión sobre sus genitales, he iba descendiendo, lo cual era de agradecer ...SlapS....... ...SlapS....... ...SlapS....... Edward abierto sus piernas lo suficiente, para que la mano no apretara y su tacto se hizo más ligero, hasta agradable ...SlapS....... ...SlapS.......Edward Pensó que sería en premio por no intentar zafarse de nuevo y que si aceptaba la voluntad de Isabella, ella no sería tan severa ...SlapS....... ...SlapS....... ...SlapS.......

Isabella por su parte, seguía azotando su trasero de Edward, pero con menor intensidad, mientras de vez en cuando le espetaba frases tales como... "Nene inmaduro"... "esto es para que aprenda"... "se lo merece"..."ya era hora que alguien le pusiera en su sitio"

Después de un instante, Isabella paró de aplicarle paletazos y dejó el instrumento encima de la mesa, metió la mano de nuevo en el cajón, pero Edward ya no pudo resistirlo, cuando la vio meter la mano en el escritorio, posiblemente para tomar otra pieza para seguir castigándolo, aprovechó que ella estaba relajada y saltó de su regazo. Intentó subirse los pantalones a toda prisa y se dirigió a la puerta.

-¿Donde se cree que va? ¿Es que no ha aprendido nada?-Dijo Isabella, levantándose de su silla, como un resorte y luego tomando a Edward de la oreja.

-Es que...ayy... no quiero que siga ...y usted iba a tomar otro instrumento-

-Venga aquí, eso no es su problema. Su problema es que no ha aprendido y me ha obligado a ser más severa-hablo Isabella, arrastrando a Edward a su escritorio y lo hizo nuevamente ponerse en sus rodillas. Subió su camisa y bajó los pantalones y los calzoncillos de nuevo, que estaban todavía a mitad de recorrido entre sus formados muslos y sus nalgas .
Y tomando una paleta de cuero, le obsequió con una nueva tanda de azotes con saña.....SlapS....... ...SlapS....... ...SlapS.......
-Es que no aprende ...SlapS....... ...SlapS.......- no escarmientas- ...SlapS....... ...SlapS....... tome ...SlapS....... y a ver si se entera de una vez. ...SlapS....... -NO- ...SlapS.......- SE- ...SlapS....... -LEVANTA- ...SlapS.......SIN ...SlapS.......-MI- ...SlapS.......-PERMISO-...SlapS....... ...SlapS....... ...SlapS.........SlapS....... ¿ENTENDIDO? ...SlapS.......

-Si siiii, perdoooon, no volveré a hacerlo Aauchhh... perdoooon-

-Bien, ahora...- Isabellalo tomó del brazo y lo llevó al rincón del despacho – se va a quedar ahí, recapacitando, cara a la pared, y con los calzoncillos bajados, si no quiere que empecemos de nuevo ¿Está claro?-

-Si señorita Isabella, no me moveré-

Isabella se quedó observándole, mientras el permanecía en pie, con las manos en la nuca y mirando a la pared. Estaba satisfecha y excitada, había conseguido domar al presuntuoso dios griego y contemplaba su obra con felicidad.

Después se sentó y ojeó unos informes, dirigiendo de vez en cuando una mirada a su subordinado para comprobar que estaba quieto donde ella le había ordenado.

luego de un largo espacio de tiempo y cuando estimó que ya había recapacitado le ordenó dejar esa posición y volver a su lado.

Edward fue con dificultad donde ella, aún con los pantalones abajo y su caminar hecha un desastre, pero siempre con toda la dignidad posible. Una vez a su lado la Isabella le ordenó darse la vuelta, ella quería ver como estaba de colorado su trasero. Edward dudó, pero se dio la vuelta antes de que se lo tuviera que decir de nuevo. Notó como lo observaba y luego lo acariciaba, triunfante, mirando el efecto de su mano sobre él. Hubiera jurado que había notado un suave beso en sus posaderas, pero no se atrevió a volverse para no enojar a su jefa perversa.

-¿te duele?-

-Si, señorita-

- Muy bien, así lo recordará durante mucho tiempo-

-Bien, señor Cullen ¿ha aprendido la lección?-

- Si señorita Swan-

-¿Va a ser más obediente y dócil?

-Si señorita-

-¿No discutirá en adelante ninguna orden mía y hará lo que le mande sin poner objeciones?

-No señorita-

-Bien, ahora lo veremos, dese la vuelta, Señor Cullen –le obedeció Isabella, mientras Edward,
tapándose sus atributos con las manos, le obedeció de inmediato.

Isabella lo miró divertida al verlo avergonzado, luego le miró a la cara, que estaba casi tan colorada como su trasero.

-Y ahora, Señor Cullen, tiéndase en mi regazo de nuevo-

Edward espantó asustado, no podía creer que todavía no estuviera satisfecha, pero no replicó, se tumbó mansamente en sus rodillas y se acomodó esperando un nuevo recital de su jefa.

Observó de reojo como Isabella buscaba en el temido cajón, pero no dijo nada. No sabía que nuevo instrumento de sumisión iba a sacar, pero no protestaría, había aprendido que la directora era quien decidía como y cuando debía obedecer.

Pero para su sorpresa, vio que lo que sacaba era un tubo de crema, no una herramienta maquiavélica y suspiró aliviado.

Isabella esparció gran parte de su contenido en su escocido culo y comenzó a esparcirlo con su mano con delicadeza. El frescor inundó la piel de Edward y él agradeció el tacto de la mano, que ya no era agresivo, sino dulce, primoroso, restregando sus nalgas y aplicando con dedicación la crema que le calmaba el dolor.

-Si no hubiera sido tan desobediente, se habría ahorrado la escena de la mesa. No iba a aplicarle ningún instrumento nuevo, querido, sino a calmar su dolor con esta pomada. Soy severa, pero no cruel, y no deseo prolongar su dolor más allá de lo estrictamente necesario para que adquiera buenos hábitos. esto que le sirva de lección, Señor Cullen-

- Si, señora, lo recordaré

La mano se movía por sus doloridos carrillos con calma, empapando cada centímetro de piel. La juntura de sus nalgas también recibió el agradable ungüento, y sus genitales, notando la caricia de los movimientos circulares como una bendición después del mal trago.

Así pasó un tiempo que Edward, le pareció sentirse en una nube sobre el regazo de su jefa y recibiendo sus atenciones, se encontraba plácido y feliz. Por alguna extraña sensación, entendía que este castigo lo había merecido y que le ayudaría con su comportamiento en adelante.
-Levántese, Edward – el tono de Isabella era amable, casi cariñoso – esto ya está listo-
Edward obedeció y se incorporó frente a ella, quedando en pie con sus partes a la vista de la
Isabella, pero no le importaba, ella podía mirarlo y no se sentía violento ya ante su mirada. La Isabella observó su miembro, que estaba ligeramente excitado y sonrió por primera vez desde que comenzó el día.

Isabella se agachó y le subió el calzoncillo a Edward, mientras él la observaba inmóvil. Después hizo lo mismo con su pantalón, que abrochó sin prisas. Después se incorporó y le tocó el turno al cinto. Arregló su camisa, poniéndola bien colocada en el pantalón. Se apartó un poco y le observó, como queriendo ver si faltaba algún detalle.

Después, sacó unas toallitas de papel perfumado y le restregó la cara, algo que a él no le gustaba, pero no protestó, la dejó hacer. Le colocó un poco el pelo y depositó un beso en su labios. Esto pilló desprevenido a Edward, ya que agradeció el tacto de sus labios en su boca seca y sin saber por qué, la devolvió el beso y le dijo:

-Gracias señorita Swan-

Ella se limitó a sonreírle y le dijo:

-Bien, Señor Cullen, ahora váyase a casa, que ya es tarde. Espero que esto le haya servido de lección. Y recuerde – añadió con una mirada pícara – si vuelve a ser negligente en el trabajo tendré que volver a llamarlo a mi despacho y darle otra reprimenda. Y si vuelve a gritar a su secretaria en público, haré que ella contemple como le aplico su castigo ¿entendido?-

-Si señora Swan, no se preocupe, no volveré a hacerlo-

-bien. nos vemos luego, Señor Edward Cullen-

Después le puso la chaqueta, le dio la vuelta y con un palmada en su trasero, mando fuera del despacho a Edward Dragón Cullen.


viernes, 21 de octubre de 2011

"Niña Coleta Perversa"

Aquel sonido comenzó a llenar la pequeña habitación en penumbras, iluminada única y escasamente por la luz blanquecina de una luna que reinaba con absoluta plenitud. Primero el sonido fue intermitente, tímido en su comienzo pero que fue adquiriendo una mayor vigorosidad conforme transcurrían los minutos, hasta adquirir un ritmo constante, que cesó de una forma tan espontánea como había comenzado, dejando paso únicamente a la respiración agitada de dos seres que a su manera encontraron todo lo que la vida siempre les hizo sospechar que necesitaban, pero que nunca antes habían encontrado.
Ella miró a su compañero, pero al hacerlo descubrió a alguien distinto, tanto como ella misma. Acarició su cuerpo sudoroso, pasó sus manos por su espalda hasta su nuca en una larga caricia. Después bajó una de ellas lentamente por la espalda, mientras que la otra se encontraba con la de él, sus dedos juguetearon hasta quedar entrelazados. Ambos permanecieron en silencio, temiendo quizás que al pronunciar una palabra aquel momento se esfumaría con ellas. La mujer se recostó en el respaldo de la cama, y de una forma instintiva regresó con su mente a un pasado tan cercano pero que le parecía un abismo: regresó a ese instante de la noche en el que al fin se encontraría consigo misma, con esa mujer que siempre sospechó ser y que nunca se había atrevido a descubrir.

La noche había comenzado con una cena romántica, y al decir verdad, había superado todas las expectativas, teniendo en cuenta que esa noche había visto por primera vez a su acompañante. Una leve sonrisa afloró a sus labios al rememorar los primeros pensamientos que le vinieron a la mente cuando lo vio. Él era un poco, -no mucho- más joven que ella, y eso le hizo albergar aún mayores reservas. Pero después de los postres, y cuando arropados por la suave melodía de la orquesta se decidieron a bailar, ella supo que no se había equivocado con la cita. Algo en su interior le decía que la noche iba a prolongarse mucho más.
Después, una vez en la habitación, todo se había precipitado. Un relajante baño para dos, unas copas de champán y un primer beso apasionado fue el preludio de unos momentos de pasión en los que ambos recorrieron sus cuerpos, y se entregaron en un abrazo tan intenso como cálido.
Tras haberse amado, no como en las películas ni novelas rosa, sino como los mortales imperfectos que eran, con las limitaciones que da la realidad, ambos quedaron exhaustos. Sudorosos y felices. Ella se incorporó para sentarse en la cama, mientras que él permaneció tumbado entre sus piernas boca abajo y con la cara en sus muslos, que comenzó a besar de vez en cuando mientras que ella encendía un cigarrillo.
Pasaron los minutos y ella con la última calada le sonrió; él se incorporó un poco hasta que sus labios se unieron en un beso, después recostó su cabeza en los senos de aquella mujer a la que había comenzado a amar. Ella por su parte le acarició la cabeza. Sus movimientos eran lentos, como lentos eran también sus pensamientos. Sus manos recorrieron aquel cuerpo que latía junto al suyo. Subieron y bajaron por su espalda hasta que su mano izquierda permaneció inmóvil sobre sus nalgas, mientras que sus pensamientos también se detuvieron en algún lugar escondido de su mente. Respiró hondo mientras que su mano derecha acariciaba su cabeza, y sentía la respiración de aquel hombre en su pecho. Aún ahora es difícil para ella tomar conciencia de aquel acto, ya que parecía que su cuerpo, - o al menos parte de él – había decidido actuar por su cuenta, movido por algún mecanismo oculto de su mente. Lo que realmente importa es que durante unos segundos sintió amplificadas sus sensaciones, la piel bajo su mano, la firmeza de los glúteos que tocaba, y aquel extraño picor. ¿Fue el picor, o el sonido? Para ella fue como despertar, su mano se alzó y cayó pesada sobre las nalgas. Después el silencio, ambos permanecieron inmóviles, hasta que nuevamente aquel chasquido llenó toda la estancia. Tras unos segundos en los que ella le miró y en los que él no hizo más que besar el seno sobre el que descansaba su mejilla, llegaron más y más palmadas. Al principio eran suaves, pausadas y podría decirse que hasta cargadas de una gran timidez, pero con el transcurrir de los minutos, el flujo de azotes se hizo constante, rítmico y paulatinamente más y más enérgico.
Durante unos minutos que ninguno de los dos eran capaces de precisar, aquel movimiento se hizo dueño de todo. El sonido de los azotes eclipsó el latir agitado de sus corazones, y después el silencio. Tan violento como el ruido. Ella dejó su mano sobre el trasero castigado, y comenzó a sentir el calor que emanaba de la piel, que pese a no distinguirla por la oscuridad la sabía enrojecida.
Su mente voló a comienzo de todo, mientras que con su mano derecha acarició a su amante, quien comenzó a besar aquellos senos con pasión, mordisqueando los pezones, sintiendo la calidez de aquel pecho que latía junto a él, y notando cómo el calor que emanaba de sus nalgas inflamaban su sexo de una forma que nunca antes lo había hecho. En ese instante su piel se volvió mucho más sensible, y el peso y tacto de la mano de aquella mujer que le abrazaba se volvieron todo su universo.
Alzó la vista, ella le sonrió y después se besaron. Ella mordisqueo el labio inferior de él, de una forma delicada y sensual, después con suavidad hizo que recostara su cabeza de nuevo en su pecho, alzó su mano nuevamente dejándola caer con fuerza sobre el castigado trasero. Esta vez fue distinto: ella era totalmente conciente de lo que sucedía, y fue administrando más y más severidad a su movimiento. Comenzó a cambiar el ritmo de los azotes, primero una docena en una nalga, después en la otra. Unas series eran rápidas y otras en cambio lentas y pesadas. Alternaba los azotes con las caricias. En otras ocasiones administró azotes sumamente enérgicos en cada nalga hasta completar una serie de veinte.
Él, por el contrario, permanecía inmóvil, suspirando y arqueando la espalda, reaccionado a los cambios que ella iba imponiendo. Unas veces dejaba suaves besos, y otras cerraba los ojos y se concentraba para no emitir ningún quejido. Su cuerpo iba cambiando y su excitación fue en aumento hasta el extremo en el que estuvo apunto de eyacular debido a la fricción de su miembro contra el muslo de ella.
Al fin los azotes se detuvieron en el momento preciso para evitarlo, y ambos permanecieron en silencio, abrazados. Las sensaciones iban cambiando y el dolor que sentía en su trasero junto con la excitación que aquella azotaina le había producido, le elevó hasta un lugar en el que siempre quiso estar, pero que nunca había querido reconocer. Ella a su vez, se llenó de una extraña euforia, la erección de aquel hombre que se entregaba a sus caprichos la llenaban de una gran satisfacción. Era como ir desenvolviendo un hermoso paquete, que siempre quisiste abrir, pero que sin embargo mantuviste perfectamente envuelto, por un extraño temor, que pese a desear su contenido, una vez abierto te desilusionará estrepitosamente. Hoy, con cada uno de sus actos se iba despojando de todo el envoltorio, y se mostraba a sí misma como deseaba.
En ese instante aquellas dos personas estaban tan cerca en mente y alma, que por unos instantes nada a su alrededor existía. Sólo ellos en una pequeña habitación de hotel. Se volvieron a besar, se acariciaron y se sintieron. Ella le miró a los ojos. Se volvieron a besar. – ¡Quiero más!- le susurró ella al oído. Él la beso y asintió. Su entrega era total, y sabía que ella no le dañaría. Pese a no conocerla más que de esa noche, -aunque habían mantenido una larga relación por e-mail.- estaba dispuesto a depositar en aquella mujer toda su confianza.
Ella se movió, haciendo que él abandonará aquella posición. La mujer se sentó en el borde de la cama, y condujo a su amante en la oscuridad hasta que estuvo de pie a su lado. En ese instante, le acaricio su sexo, sus piernas y su pecho, mientras que él metía sus dedos entre su cabellera. Ella besó su vientre, - Gracias por confiar en mí y por entregarte como lo haces- Le susurró entre besos. – Ven.- y con suavidad le condujo hasta que lo hizo reclinarse en su regazo. Acarició su espalda y espero a que se relajara; pasó sus manos por las nalgas que aun conservaban el calor de los azotes anteriores. Pasó una pierna por encima de las de él, y entonces comenzó de nuevo a golpear aquel trasero que esperaba el castigo. Su mano cayó una y otra vez con fuerza, ya que esta vez le golpeaba con gran severidad. El hombre se movía y retorcía intentando evitar aquel castigo, tan doloroso como excitante. Sus movimientos eran tan bruscos que estuvo apunto de caerse de aquel regazo en más de una ocasión.
-¿Estás bien? –Preguntó ella mientras acariciaba aquellas nalgas enrojecidas y calientes. El asintió.- Si quieres solo tienes que decir la palabra mágica. -No. –Susurró él mientras que llevaba una mano atrás y comenzaba a frotarse el trasero. -Entonces sé bueno y no te muevas tanto, porque sino te caerás y tendré que castigarte de veras.
Él giro la cabeza para verla y sonrió abiertamente, ella por el contrario parecía seria, aunque le guiñó un ojo. Él le enseño la lengua en un acto jovial. -¿Qué has hecho? ¿Me has enseñado la lengua? -No. -¿No? te crees que no te he visto. -Le regaño ella en medio de una amplia sonrisa mientras que comenzaba a hacerle cosquillas en los costados.- Ambos estallaron en una prolongada risa, que como era de esperar acabó con él cayéndose de su regazo al suelo, y provocando que ella también acabara junto a él al intentar evitarlo. Los dos rodaron medio abrazados, y él comenzó a besarla. Estaba encima de ella, y entre risas y risas comenzaron a besarse. Tras unos minutos el rodó hasta quedar de espaldas junto a ella, sus manos se volvieron a unir, y tras mirarse las risas se reanudaron.
-¿Te parece bonito lo que has hecho? –Le recriminó ella tras quedarse sería. Él se acercó para besarla.- Tus besos no te librarán. Te has caído y encima me has tirado a mí.
Él intentó protestar, pero ella se lo impidió besándole en los labios. –Levántate y enciende la luz.- Sus instrucciones no dejaban lugar para la protesta. El se incorporó y en pocos segundos la luz de una gran lámpara que pendía del techo inundó toda la estancia. Ella miro a su compañero de pie en medio de sus piernas, con los brazos en jarra y una amplia sonrisa. Ella le sonrió mientras prestaba atención la erección que pese al castigo, -o debería decir “gracia”- mostraba. Ella estiro los brazos y él le sujeto de las manos mientras tiraba de ella. En pocos segundos la estaba abrazando y besando tiernamente.
Ella retrocedió hasta el borde de la cama, y después se dejó caer. Le dió la vuelta a su amante y por primera vez pudo contemplar su obra. El calor que había sentido al tocar las nalgas, descubrían ante unos ojos llenos de expectación, un color rojo intenso. Toda la superficie estaba colorada, y en algunos lugares tenía pequeñas manchas rojas mas intensas. Ella beso con delicadeza aquella carne dolorida, y sintió el calor en sus labios. La excitación aumento no solo en su sexo, sino en su mente. Estaba extasiada con aquella visión, con su tacto y sobre todo por saberse ella responsable. Se sintió agradecida de que él se entregará a ella.
Ambos se miraron. Él le volvió a sugerir que usara la palabra de seguridad, pero él solo dejo ver una amplia sonrisa y nuevamente la lengua apareció en un acto tan jovial como infantil. Los ojos de la mujer adquirieron un brillo especial. Tiró de él hasta que estuvo de nuevo sobre su regazo. Pasó la pierna sobre las suyas para inmovilizarlo más. Esperó. Esperó hasta que él se relajó. La mano derecha acariciaba su espalda y sus nalgas. Entonces se inclinó hacia delante y estiró la mano hasta alcanzar un cepillo de madera que usaba para peinarse. Después mientras que le recriminaba su acción al sacarle la lengua y tirarla al suelo, comenzó a azotarlo metódicamente.
La madera provocaba un sonido más opaco que su mano, y las sensaciones que él recibía en cada azote también eran muy distintas, y más porque ella lo hacía de forma lenta y enérgica, dejando el suficiente tiempo entre azotes para que él pudiera sentirlo. Tras lagos minutos, aquellas nalgas habían adquirido un color más intenso. Y las lágrimas pugnaban por aflorar en sus ojos. Algo en su interior le impulsó a pronunciar la palabra que detendría el juego en el acto, pero la enorme erección que tenía, y las oleadas de sensaciones encontradas que estaba recibiendo la ahogaron antes de que las pronunciaran. Ella llevaba un rato acariciándole. Le giró la cabeza para mirar a aquel hombre que estaba apunto de doblegarse, pero que aun se resistía. –¿Ves lo que le pasa a los chicos que sacan la lengua?- Le susurró. -¿Estás arrepentido?- Le preguntó con una sonrisa. El asintió. –Si es así, ¿por qué no me has pedido perdón, y porque no veo lágrimas? No me pareces arrepentido.
Estaban jugando, y ambos querían saber si podían ir un poco más allá. No sabían lo que el otro esperaba, pero se sentían en tan plena conexión, que ninguno quería abandonar. Quizás por eso a pesar del dolor que sentía en su trasero, sacó la lengua una vez más, a la vez que sonreía. –Hoy llorarás mi amor.- le susurró mientras le dedicaba una amplia sonrisa. Después se inclinó palpando el suelo con la mano hasta dar con lo que buscaba. Le miró durante un instante mientras levantaba la mano armada con una zapatilla de tela con la suela de goma negra muy flexible. El primer azote le hizo saltar literalmente sobre el regazo de ella. Intentó cubrirse con la mano.
Ella le sujetó la mano a su espalda, y le acercó la zapatilla a la cara. -¿La ves amor? Esta hará que entres en razón.- Él la contemplo durante unos instantes. Era beige con pequeñas franjas burdeos. La suela estaba gastada, pero no por ello picaba menos. Intentó decir algo, pero ella no le dio tiempo, comenzó una azotaina severa. Las nalgas saltaban de un lado para otro con cada azote. La severidad con la que le azotaba hizo que antes de la docena de azotes, él comenzará a sollozar y a pedir clemencia. Ella se detuvo y dejando la zapatilla sobre su espalda comenzó un suave masaje en las nalgas. Cualquiera hubiera perdido la ercción, pero él estaba en una nube de excitación. Las lágrimas constituían una enorme liberación, de años de espera, de ansias ocultas tan profundamente que estuvieron a punto de desvanecerse. Estaba recibiendo un castigo muy severo, pero también una liberación mucho más elevada que el dolor. Por eso cuando los azotes se reanudaron, dejó de resistirse, su cuerpo se relajó y el lloró a gusto mientras que la zapatilla golpeaba una y otra ves su ya enrojecido trasero.
Ella se detuvo. Dejo caer al suelo la zapatilla, y cogió un bote con crema hidratante que solía usar para las manos. Con suavidad comenzó a extenderla por las nalgas de aquel hombre que lloraba como un niño en su regazo. Pronto el llanto se volvió suspiro, y tras unos reconfortantes minutos, ambos estaban abrazados en la cama, besándose en cada centímetro de su piel.
-Bells.- Susurró él sensual.
-Dime-
-Te quiero muchísimo....
Isabella Swan se le iluminó el rostro con una amplia sonrisa. Él la besó y ambos se susurraron cientos de palabras mientras sus manos pugnaban por recorrer el cuerpo del otro. Se amaron durante largo rato, después quedaron exhaustos, sudorosos pero felices de haberse conocido primero en una sala de chat, y después en aquella inolvidable noche. El yacía boca abajo, cruzado en la cama. Ella recostó su cabeza en la espalda y posó suavemente una mano sobre aquellas nalgas sumamente doloridas.
Así les sobrevino el sueño. Ella sintiendo el calor de aquel trasero en su mano, y él la paz que había buscado durante años, sin saber donde hallarla. Hoy ambos se habían completado, formaban un todo sabiéndose poseedores de lo que el otro anhelaba. Así, juntos, soñaban con el mundo que acababan de describir, y deseando las experiencias que le deparaba aquel descubrimiento. Ambos estaban a las puertas de sus deseos y secretos, en aquella primera noche en la que todo su mundo se volvía a reescribir.